Por Antonio Urrutia.
Lucas trabajaba en su Empresa hacía casi diez años. Trabajador donde los hubiera, de una seriedad y una constancia a toda prueba. Nunca fue amonestado, ni cuestionado el trabajo por él realizado. Nunca se extralimitó en sus funciones, ni tomó iniciativas que no le correspondieran. Su puntualidad a la hora de entrada siempre fue ejemplar. Jamás tuvo un retraso. Por el contrario, su hora de salida se ajustaba siempre a las necesidades de su trabajo, sin pedir por ello nada a cambio. Se sentía orgulloso de su comportamiento. Muy orgulloso.
-¡Soy bueno, muy bueno, en mi trabajo!
No obstante, pasado el tiempo, más de una vez pensó que sus jefes, a pesar del trato exquisito con el que siempre le habían distinguido, no le tenían en demasiada consideración habida cuenta sus indudables méritos. Se sentía un tanto postergado.
Decidió, un buen día, entrevistarse con el Sr. Peláez su Director, y exponerle este sentimiento.
-Si tengo razón, reconocerán mis cualidades. Si no las tengo, ¡que las tengo, seguro! sabré a qué atenerme.
Y dicho y hecho.
-Señor Peláez: ¿da usted su permiso?
-¡Adelante Lucas! ¡Pase usted!
-Pues verá…
-Pero, ¡siéntese por favor!
-Muy agradecido. Pues verá, como usted sabe, trabajo desde hace casi diez años en la Empresa. Estoy muy a gusto con mi puesto de trabajo, con el que procuro cumplir exactamente y sin apartarme un ápice de todo cuanto es mi misión. No obstante, y usted sabrá disculparme, a veces me siento postergado. No quiero poner ejemplos, ni dar nombres, ¡Dios me libre! pero, perdóneme si le recuerdo que Andrés entró hace sólo un año en un puesto igual al que yo ocupo, y ya ha sido promovido a Jefe de Expediciones
-Puede que tenga usted razón, amigo Lucas, puede que la tenga, y de ser así habrá que resolver este problema, yo le prometo que se lo voy a resolver, y además, de forma absolutamente inmediata.
Pero, amigo Lucas, favor por favor, yo le ruego que me eche usted una mano para resolver otro problema que me acaba de surgir hace un momento
-¡Usted dirá, señor Peláez!
-Verá, he recibido una llamada de la Empresa Fulanez, diciéndome que les enviemos mañana manzanas para el postre del comedor de su personal, en lugar de las naranjas que venimos enviándoles últimamente. ¿Podría usted acercarse al almacén de nuestro mayorista y cerciorarse que las tienen?
-¡Por supuesto, señor Peláez! ¡Faltaría más!!Ahora mismo!
Lucas cumplió el encargo, y a los diez minutos estaba de vuelta en el despacho de del señor Peláez.
-Pues, ¡usted me dirá, Lucas!
-¡Sí, señor! Tienen manzanas para suministrarnos.
-¿A qué precio?
-¡Ah, eso, no lo pregunté! Como su encargo, era cerciorarme que hubiera manzanas…
-Tiene usted razón, pero… ¿habría cantidad suficiente como para completar el pedido de la Empresa Fulanez?
-Supongo que sí señor, pero tampoco lo pregunté…siendo mayoristas, es lógico pensar que sí…
-También es cierto, pero ya sabe usted como son los mayoristas…No obstante ¿se fijo si tenían algún otro tipo de fruta que pudiera sustituir a las manzanas en el caso que no hubiera suficiente cantidad de éstas?
-Pues, no; no señor…pero es posible…claro que usted nada me dijo al respecto
-En efecto, nada le dije. Bien, le ruego que se siente y espere un momento.
El director, llamo a Andrés y le dio telefónicamente las mismas instrucciones que había dado a Lucas. A los quince minutos, éste, estaba de vuelta con la respuesta:
-Bien Andrés, ¡cuénteme!
-Señor Peláez, efectivamente el proveedor dispone de manzanas en cantidad suficiente para todo el personal de la Empresa Fulanez y su precio es de 0,65€ kilo.
Por cierto que también tienen naranjas, peras, plátanos y ciruelas. El precio de las estas frutas, por si interesa es de naranjas a 0,75€ kilo, peras a 0,89€, plátanos a 1,25€ y ciruelas a 1,70€. Como somos buenos clientes les pedí un descuento y me aseguraron un 10% si compramos en cantidad suficiente y un 8% si compramos en cantidades menores. Por si acaso, deje apalabrada y reservada la manzana, pero si cambiamos de fruta debemos confirmarlo inmediatamente.
– Muchas gracias, Andrés, ahora le llamo.
El señor Peláez se dirigió a Lucas que no salía de su asombro y le pregunto amablemente:
-¿Qué me decía usted, Lucas?
– Nada señor Peláez, no le he dicho nada. Muchas gracias y discúlpeme.
Cumplir estrictamente con nuestro trabajo, casi nunca es suficiente, por muy bien que creamos hacerlo.
ISASTUR
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