Jose Manuel Iglesias Morón. Técnico de prevención del Servicio de Prevención Mancomunado del Grupo Isastur
En los últimos años es una constante el referirse al factor humano como elemento esencial en la prevención de los accidentes de trabajo. Suele afirmarse que en torno al 80% de los accidentes laborales están relacionados con este elemento. Incluso algunos elevan el porcentaje a la totalidad de los accidentes puesto que los factores técnicos no dejan de ser una consecuencia final de los errores humanos. Si esto es así, entonces tenemos que admitir la necesidad de que la prevención de riesgos, tradicionalmente centrada en el campo de la ingeniería, inicié un cambio de actitud y deba abrirse al campo de las disciplinas de lo humano: Psicología, Pedagogía, Sociología, Antropología etc. A partir de este momento empezamos a caminar en arenas movedizas, alejados de las certezas físico matemáticas acostumbradas.
Lo interesante de este terreno reside en la variedad de enfoques y alternativas que presentan pero el peligro radica en la elevada incertidumbre de sus resultados que puede llegar a comprometer cualquier posible inversión. Es evidente que si colocamos una mampara de protección en una máquina, nos estamos asegurando de que nadie penetre en esa zona y convencer de la inversión a cualquier directivo de la empresa es relativamente fácil porque los resultados son evidentes. Pero, ¿cómo convencer a la dirección de la empresa de que tiene que invertir en gamificación? ¿En publicidad? ¿En vídeos? ¿En simuladores? ¿En premios? ¿En outdoor training? ¿Psicoanalistas lacanianos? ¿Risoterapia? ¿Coaching?
Hoy muchos de los programas que se presentan para la actuación en el campo de lo humano se fundamentan en las teorías de la psicología conductual, que en tanto como ciencia experimental, diseña programas a la medida del perfil técnico de la empresa. Los resultados parecen testimoniar su eficacia. Pero, ¿qué posicionamiento se oculta tras los programas conductuales?
Seguridad basada en comportamientos
El enfoque conductual, cuyo ejemplo más significativo en nuestros días es la llamada seguridad basada en comportamientos, “Behaviour Based Safety”, se fundamenta en los siguientes principios:
- Centralidad en los aspectos objetivos del ser humano, lo visible: el objeto de estudio no puede ser la mente, la consciencia o la actitud puesto que son conceptos no verificables científicamente, invisibles (pensamientos, intenciones, sentidos); lo importante para el estudio de los humanos es lo observable, medible y verificable. La conducta (“behavior”) cumple con todos estos requisitos.
- Todo comportamiento se puede reducir a relación de estímulos y respuestas. Las consecuencias positivas refuerzan un determinado comportamiento, mientras que las negativas lo desestimulan.
El objetivo del proceso “Behaviour Based Safety” es disminuir los comportamientos inseguros mediante acciones más o menos inmediatas, sobre todo de reforzamiento de los comportamientos positivos y, en ocasiones, ponderadas mediante la aplicación de sanciones a las conductas negativas.
Se suele criticar al enfoque conductual por su visión reduccionista de lo humano a lo conductual: el ser humano no es sólo una conducta observable. El enfoque parece ignorar cuestiones tan importantes como: el inconsciente, los sentimientos, los estados mentales, las actitudes, la libertad, la creatividad, la intuición, la personalidad, la genialidad, la cultura, etc.
Un proceso de “Behaviour Based Safety”, para que sea efectivo, necesita establecer elevados mecanismos de control desde los cuales identificar conductas objetos de reforzamiento y/o conductas objetos de sanción. ¿Se están valorando los efectos psicosociales sobre los trabajadores sometidos a tales regímenes de vigilancia?
Por último, indicar que si bien resulta un método eficaz para modificar conductas concretas, no está demostrado que logren alcanzar un auténtico cambio de la actitud. Todos tenemos experiencias en la aplicación de este tipo de metodologías en múltiples parcelas de nuestra vida, desde los programas educativos tradicionales a los clásicos enfoques aplicados a la seguridad vial: es evidente que en aquellas carreteras donde sabemos que existen controles de tráfico cada pocos metros uno se esmera en no pisar en demasía el acelerador y en ir a la velocidad debida. Es evidente que estos programas logran un aparente cumplimiento de la norma. ¿Pero que sea aparente basta para que sea real? ¿Qué ocurre cuando no existen esos controles? ¿Cumplimos con los límites marcados? ¿Aceptamos el límite?
Satisfacción inmediata de los deseos
En el plano de la reflexión filosófica existe una polémica similar entre Sócrates y Glaucón a propósito del anillo de Giges, Libro II de La República (359a-360d). El anillo tenía el poder de hacer invisible a su poseedor. Según cuenta la historia, en el momento en que el pastor es conocedor del poder del anillo, se lanza a la satisfacción inmediata de sus deseos aún a costa de cometer toda una serie de injusticias.
De la historia del anillo, Glaucón deduce una conclusión general: los que siguen la justicia lo hacen no por deseo propio o por amor a la misma, sino simplemente porque desean evitar las consecuencias que recaerían sobre ellos al cometer injusticias. Pero ¿qué pasaría si pudiéramos ser libres de esas consecuencias? ¿Cómo actuaríamos? Si fuéramos “invisibles” a la ley, como Giges con el anillo, ¿qué harían los trabajadores si supieran que nadie los va a inspeccionar? ¿Es posible que cuando se actué conforme a las normas de seguridad se haga más por temor a las consecuencias que por otros motivos? ¿Realmente las empresas del siglo XXI organizan su actividad productiva bajo la base del miedo o la coacción, o deberían ser más bien valores como el compromiso, la participación, el liderazgo y la justicia los que muevan a esas nuevas organizaciones?
Para Sócrates, el que actúa con justicia pudiendo actuar injustamente, como si poseyese un anillo, es una persona justa. Por ende, tenemos que pensar que el trabajador que actúa de modo seguro aun pudiendo actuar de modo inseguro es un trabajador seguro. ¿Es posible este logro?
Sócrates pensaba que sí, pero para ello deberíamos implementar un sistema de mejora continua de nuestro pensar que nos permita ver las cosas más claras.
Si un ser adulto, racional, libre e informado es capaz de elegir entre varias opciones la opción menos segura es posible que sea por algún tipo tara de nuestro pensar que nos impide ver las cosas con la suficiente claridad. Si como afirmaba Sócrates, nadie hace el mal a sabiendas, la adopción de una conducta de riesgo puede tener que ver no sólo con un problema de reforzamiento de conductas sino también con un problema de confusión de los pensamientos. De hecho, tras un accidente suele ser habitual oír profundas lamentaciones del tipo “si lo llego a saber…”.
¿No estaremos propiciando de algún modo esa confusión de pensamientos?
Falacia
Una falacia es una de esas debilidades que nos afecta. Se trata de una mentira o engaño con el que se pretende dañar a una persona sin que ésta se dé cuenta. Una persona utiliza una falacia para obtener algo que sabe que no podría conseguir de otro modo que no sea a través de la apelación a la falsedad. Generalmente su intención no es precisamente dañar, sino obtener un beneficio.
Ocurre que el hombre es un ser tan complejo, que no sólo es capaz de engañar a otros, sino que incluso es capaz de engañarse a sí mismo: ambas posibilidades ocurren en el caso de la falacia de “Wishful Thinking”.
Esta falacia consiste en considerar exclusivamente las posibilidades favorables de un suceso, menospreciando el resto de las alternativas. De este modo, planificamos nuestro futuro basándonos en estimaciones erróneas, demasiado sesgadas hacia cómo nos gustaría que fuera y no cómo pensamos que será si nos basáramos en un análisis más frío y riguroso de las circunstancias. Existen estudios que atestiguan que ante un proceso de toma de decisiones las personas tienden a decantarse por aquellas posibilidades que les producen resultados positivos frente a las que le producen resultados negativos. Su forma lógica sería “si yo deseo que P sea verdadero o falso, entonces P lo será (lo que yo desee)”.
Este sesgo del pensamiento puede estar presente en muchas de la toma de decisiones ante conductas de riesgo y puede motivar la inclinación de la balanza hacia el acto inseguro puesto que, al fin y al cabo, las cosas irán bien puesto que pueden ir bien: así, de este modo con la confianza errónea de que las cosas irán bien: aumentamos la velocidad por encima del límite pensando en llegar antes pero menospreciando la otra cara de la realidad, la cara que intentamos no ver: aumento de la posibilidad de tener accidente, de tener una multa, de sufrir lesiones de mayor gravedad etc.
Y esto nos pasa a todos en muchas parcelas de la vida: ante el encargo de un proyecto de cualquier tipo, tendemos a subestimar los plazos de finalización o el nivel de dificultad. “Tengo tiempo de sobra, la entrega es dentro de seis meses”, o “¡Esto lo hago yo en dos tardes!”. Pero al final, la realidad siempre se venga de quienes no cuentan con ella.
Una vez que sucede el hecho fatídico todos sabemos que suelen oírse expresiones del tipo “si llego a saber que me iba a ocurrir tal cosa…” En realidad era algo que se sabía que podía ocurrir pero uno en ese momento no era capaz de verlo con la claridad suficiente. Como suele decirse, lo sabía pero no se lo creía.
¿Seremos capaces de implementar medidas frente al “Wishful Thinking”?
Bibliografía
Ricardo Montero Martínez. Siete principios de la Seguridad Basada en los Comportamientos. Revista Seguridad y Salud en el Trabajo. INSHT. Número 25-2003, páginas 4 a 11 .
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