A través de El País y Laura Alcubilla
Se ha oído hablar mucho sobre la necesidad de ser sostenibles pero ¿qué queremos decir cuando usamos este concepto? Sostenibilidad proviene del verbo sostener y algo sostenible implica que se sostendrá en el tiempo.
El hombre ha desarrollado sistemas de funcionamiento lineales, que se nutren de recursos naturales, energía y espacio, la transformación de los cuales genera productos y residuos que se acumulan indefinidamente sobre la tierra. Los cálculos estimados son sorprendentes, no más de un 10% de aquello que sacamos de la tierra se convierte en un producto útil, el 90% restante se convierte en residuo.
¿Cuál es el papel de las empresas en la sostenibilidad? Las empresas actúan como estructuras de poder que utilizan grandes cantidades de recursos naturales y generan una gran parte de residuos. Actúan basándose en la creencia que tanto los recursos naturales como el espacio para verter residuos son ilimitados. Esta visión es obsoleta y no se corresponde con la realidad actual de crecimiento acelerado de la población mundial y su legítima aspiración de disfrutar un nivel de bienestar.
El reto actual es realizar una transformación en los procesos productivos para adaptarlos a los limites naturales inspirándonos en los procesos cíclicos de la Biosfera. La biosfera funciona a partir de la interacción de un elevado nombre de ecosistemas en equilibrio y cambio constante. Se alimenta de energía solar y se organiza en procesos cíclicos y cerrados de transformación de materia. Los productos resultantes se reaprovechan continuamente para otros procesos. No hay residuos. Tiene la capacidad de recirculación y de adaptación, capacidad que no tiene nuestro sistema productivo.
La Editorial UOC Business School acaba de publicar el libro (en catalán) “Sostenibilidad, el nuevo motor de la innovación”, un estudio de 9 empresas de diferentes sectores y tamaños que se encuentran en estados de integración de sostenibilidad muy diferentes. El objetivo de este libro es compartir experiencias y contribuir a la difusión de prácticas empresariales sostenibles.
Sus autoras, Anna Buxaderas y Ariadna Benet, nos comentan que las principales dificultades con las que se encuentran las empresas, independientemente de su sector y tamaño , es la falta de sensibilidad de las administraciones y de la sociedad civil de nuestro país en general, que no prima la sostenibilidad como decisión de compra. También cabe destacar el alto coste del proceso de implantación y certificación de los sistemas de gestión, una de las barreras para muchas pymes. Aunque Anna y Ariadna puntualizan que estos costes pueden ser rápidamente compensados por los ahorros resultantes de estas mejoras en la gestión.
Las autoras también han constatado en su estudio que las empresas tienden a primar algunos aspectos en la gestión de la sostenibilidad pero pueden descuidar otros. Por ejemplo, se realizan grandes esfuerzos en reducir el impacto ambiental pero no se gestiona el impacto social o viceversa.
El libro plantea que este nuevo paradigma tiene la potenciabilidad de favorecer a las empresas que se sumen desde un inicio pero critica la falta de compromiso por parte de las administraciones públicas que no incluyen criterios de sostenibilidad en sus concursos de adjudicación de contratos. Un cambio de criterio en los estamentos públicos implicaría una forma rápida y sencilla de fomentar una economía más sostenible.
Cuando les preguntamos a las autoras sobre niveles de sostenibilidad en Europa, nos hacen una interesante y por desgracia previsible reflexión cultural. Los productos sostenibles tienen, hoy por hoy, una mejor acogida en los países del norte de Europa que en el sur. Hay una clara diferencia de la integración en la gestión empresarial. En el Reino Unido, Escandinavia, Holanda y Bélgica es habitual que las empresas tengan una dirección responsable de la integración transversal de la sostenibilidad en el negocio al considerarla una fuente de ventaja competitiva. Esta función es casi inexistente en las países del sur como España, Portugal, Italia y Grecia donde la sostenibilidad se considera como una simple herramienta de comunicación