Departamento de PRL, Grupo ISASTUR
Cuando comenzó la “moda” de la prevención, obviamente a raíz de la “moda” europeísta, y España transpuso la Directiva Marco europea y nació la Ley de Prevención de Riesgos Laborales (1995) y el Reglamento de los Servicios de Prevención (1997) y empezaron a brotar como setas los Reales Decretos – lugares de trabajo, equipos de trabajo, manipulación manual de cargas, señalización, obras de construcción, etc. – y se reformó la Ley de Prevención (2003) y nació y se desarrolló la normativa sobre subcontratación en obra (2006-2007) y tantas otras normas de prevención, seguramente el legislador no se imaginaba que el tal Lehman Brothers, los grandes gurús de la economía, los grandes gestores políticos… preparaban el caldo de cultivo de lo que actualmente parece que está desembocando en un continuo deterioro de las condiciones laborales y psicosociales de los trabajadores.
Y no me refiero a países de los que denominamos menos desarrollados o a países emergentes, sino a nuestra casa, a nuestra Europa. Como ejemplo, pueden consultarse en Internet artículos de opinión sobre el reportaje emitido por la televisión estatal alemana ARD que mostraba en qué condiciones trabajaron y vivieron recientemente ciudadanos europeos, en su gran mayoría españoles y polacos, en la sede alemana de una conocida multinacional, condiciones que recuerdan a la Europa de otros tiempos menos democráticos.
Pero centrándonos en nuestro país y en la difícil situación actual, podemos observar:
– Apuros económicos de las empresas que se ven abocadas a aplicar recortes en partidas que, en algunos casos, ya consideraban como gastos y no como inversiones, entre ellas las partidas previstas para prevención de riesgos laborales. Estas inversiones se ven aplazadas para cuando “las cosas mejoren” y este aplazamiento continuo redunda en un empeoramiento continuo de las condiciones de seguridad y salud en el trabajo.
– Aumento continuo del paro (en casi 2 millones de hogares no trabaja ya ningún miembro de la familia) sumado a recientes reformas laborales que abaratan el despido y facilitan el empeoramiento de las condiciones laborales (horarios, turnicidad, salarios, movilidad geográfica, etc.), hace que las reivindicaciones de derechos por parte de las personas que aún “disfrutan” de un empleo disminuyan, y ello incluye los derechos en materia de seguridad y salud.
– Condiciones anímicas que padecen las personas que ven que sus compañeros son despedidos, lo que les genera tanto inseguridad como mayor carga de trabajo, e incrementa enormemente el riesgo de sufrir patologías de origen psicosocial y accidentes derivados de los estados emocionales. Sabemos que tradicionalmente la Psicosociología ha sido la hermanita pobre y olvidada dentro de las áreas de la Prevención de riesgos laborales, y en el contexto actual, en el que los riesgos psicosociales cobran mayor importancia, sin embargo, están aún más olvidados.
Todas estas consecuencias también las sufrimos en primera persona los profesionales de la prevención que, al margen de que nos encontremos en la misma coyuntura que el resto de la población trabajadora, podemos encontrar mayores dificultades para ejercer de un modo eficaz nuestro trabajo:
– La aparición o el incremento de inconvenientes por parte de la dirección de las empresas para invertir en las mejoras que, a raíz de la evaluación de riesgos, los prevencionistas consideramos necesarias.
– El empeoramiento general de las condiciones laborales dificulta nuestra ya de por si complicada labor de motivadores de prevención. Si en condiciones normales podía resultar complicado implicar a mandos y trabajadores en asumir que los comportamientos seguros son los únicos lógicos y posibles, actualmente se está viendo afectada su escala de preocupaciones (pirámide de Maslow) y ello se refleja obviamente en su actitud hacia los mensajes preventivos y en su modo de hacer.
– El envejecimiento de la población trabajadora, ocasionada tanto por la incorporación de los jóvenes cada vez más tarde al trabajo como por la demora en la edad de jubilación, incrementa el número de personas especialmente sensibles a determinados riesgos dentro de las empresas.
A todo ello debemos añadir la caótica regulación de los estudios de prevención de nivel superior (desde su nacimiento hasta nuestros días), que nos pone a los técnicos de prevención titulados en España a la cola de Europa, no en cuanto a la preparación o a la experiencia, pero si en cuanto al reconocimiento de la formación académica de prevencionista a nivel internacional.
De este modo los profesionales de la prevención españoles tenemos un “estupendo conjunto de incentivos” para poder desempeñar de un modo optimista y positivo nuestra labor de promoción y asesoramiento para la mejora de las condiciones de seguridad y salud laborales, independientemente de que desarrollemos esta labor dentro del servicio de prevención de una empresa o desde un servicio de prevención ajeno.
Pero no nos engañemos, cualquier excusa es buena para aflojar en prevención y en cualquier otro aspecto relacionado con la calidad de las cosas que hacemos y, en definitiva, con la profesionalidad con la que las hacemos. Para el que no estaba concienciado en prevención, la crisis económica ha supuesto una excusa más a sumar a las que ya aducía antes de esta situación para zigzaguear por la delgada frontera de la legalidad. Mientras, para el que ya tenía claro que el valor más importante de las organizaciones es el compromiso mutuo con las personas que forman parte de ellas, tratará de adaptarse a la situación económica actual y aprovecharse(1) de la crisis, pero no a costa de un empeoramiento de las condiciones de seguridad y salud en el trabajo.
Y menos que nadie, los profesionales de la prevención podemos utilizar ninguna excusa para rebajar nuestros esfuerzos en la misión de contagiar de prevención a todas las personas de la empresa, ni bajar el listón del nivel de exigencia, porque el nivel de los riesgos, como sabemos, sólo baja si los eliminamos o, si ello no resulta técnicamente u organizativamente posible, si aplicamos medidas preventivas eficaces para controlarlos.
A pesar de que el número absoluto de accidentes ha disminuido en nuestro país con la crisis (como ejemplo, en 2012 hubo un 20,1% menos accidentes que en 2011), lamentablemente la razón fundamental no parece que sea una mejora de las condiciones de seguridad y salud en el trabajo sino más bien la disminución de la actividad.
Si la crisis no disminuye los riesgos laborales, no puede disminuir nuestra valoración de los mismos ni el compromiso de la empresa y los trabajadores en la implantación de las medidas preventivas y de protección necesarias para controlarlos. Lo demás son excusas.
(1) En el sentido que comentaba Albert Einstein: “La crisis es la mejor bendición que puede sucederle a personas y países porque la crisis trae progresos. Es en la crisis que nace la inventiva, los descubrimientos y las grandes estrategias”.