En el ámbito pedagógico, el diálogo tiene dos posibilidades de aplicación: por medio del diálogo escrito, cuya lectura comprensiva en grupo puede favorecer la adquisición de correctas actitudes preventivas; o como práctica del método mayéutico de enseñanza, también conocido como “método largo de aprendizaje”, consistente en el diálogo real y efectivo.
Pero, ¿necesitamos recurrir al diálogo en el campo de la prevención de riesgos laborales? Entiendo, por diversos motivos, que no solo es necesario, sino que es ciertamente urgente el abordar con rigurosidad la enseñanza de los contenidos actitudinales de la prevención, entendidos estos como todo ese conjunto de actitudes, valores y normas que conforman lo que solemos identificar con el concepto de “cultura preventiva”.
Teoría v/s práctica
El nacimiento de la prevención de riesgos trajo consigo el surgimiento de una gran burbuja continental en respuesta al vacío existente sobre la materia. Una de las preocupaciones fundamentales durante esa primera época de la prevención, fue dotar de contenidos a los cursos de formación. En los últimos 20 años, hemos asistido a un curioso devenir de la actividad generadora de contenidos, aun obviando las modernas teorías pedagógicas, e inmersos en ese gran festín pedagógico, llegamos a la rica y paradójica situación actual donde cualquiera puede tener a su disposición con asombrosa facilidad manuales de riesgos y medidas preventivas de prácticamente cualquier actividad profesional que se le antoje.
Además, estos contenidos se han ido estilizando y actualizando a las nuevas tecnologías -videos, pegatinas, posters, comics, videojuegos, apps, etc-. La idea pedagógica fundamental que ha movido la producción ha sido la de hacer agradable, visual y fácilmente entendibles los contenidos conceptuales a los trabajadores, en principio no muy dados al estudio de teorías. Pero, “aunque los conceptos se vistan de seda, al fin y al cabo conceptos se quedan”, y pronto todos se dieron cuenta del fracaso pedagógico de la formación teórica de la prevención.
El abuso de la fase conceptual o de la enseñanza teórica de la prevención dio lugar a un segundo momento, en el que todavía estamos inmersos: el momento de la formación práctica. Todos tratamos de reducir el rodillo teórico de nuestros cursos y pasamos a centrarnos en la parte práctica del asunto, siempre mucho más divertida y de utilidad para nuestros trabajadores.
El problema de la práctica es que, si bien es muy útil sobre todo para la memorización de procedimientos o de modos de hacer, no es la herramienta diseñada específicamente para el trato de las normas, actitudes y valores de la prevención. Aunque es un buen campo para la transversalidad (siempre y cuando el formador sea capaz de generar el ambiente de seguridad adecuado), lo peor que nos puede pasar en un curso práctico de prevención es que el propio formador no cumpla de modo estricto con las normas ni transmita los valores oportunos (por ejemplo, no usando de modo riguroso los equipos de protección).
Entre la fase conceptual y la fase práctica, encontramos que los contenidos actitudinales continúan sin ser atendidos de un modo más o menos riguroso, y en el mejor de los casos, se recurre a pequeños debates o juegos de rol, pero sin una metodología definida.
Cómo avanzar en seguridad
Para poder avanzar, debemos tener claro que la prevención de riesgos no es un dogma a transmitir, sino más bien una actitud a sugerir, es decir, un enfoque o una dirección de sentido a adoptar. Porque, insistiendo en la represión, es muy posible que proporcionalmente disminuyamos la potencialidad de la formación como medio para modificar actitudes. El hombre democrático no demanda ni necesita de dogmas que admitir, sino de razones que pueda ser capaz de abordar por sí mismo. Lo paradójico de la situación actual es que, a pesar de las múltiples formaciones, tanto teóricas como prácticas, y de toda la cosmética de los materiales formativos, no se consigue el cambio de actitud deseado. En muchos casos, las conductas de riesgos se siguen produciendo y, con ello, nuestro desasosiego al respecto se acrecienta. ¿Por qué siguen cometiendo imprudencias?
Sin la actitud correcta, no tenemos absolutamente nada que hacer, porque la actitud es la que marca la orientación radical de nuestra acción. Como símil, podemos memorizar una y otra vez las palabras de un idioma, podemos repetir una y otra vez una misma estructura gramatical, pero no seremos hablantes del idioma hasta que no modifiquemos nuestra actitud idiomática y esto siempre significa un cambio profundo de nuestra propia identidad. En otras palabras, para llegar a hablar inglés, hay que dejar de pensar (hablar) en español y empezar a ser pensante inglés.
Por lo tanto, para la modificación de actitudes siempre se requiere de una ruptura previa, y ese momento es fácil de identificar. Es uno de esos momentos difíciles de nuestra vida en los que uno se siente desorientado y deja de saber a qué atenerse con respecto a una determinada cuestión. El problema es vencer las resistencias del ego herido y darse cuenta que esto le ocurre a todos.
A tal respecto, el diálogo preventivo que propongo nos puede servir como recurso pedagógico para la formación preventiva. A través de este recurso, además de enseñar algunos métodos de la razón, así como algunas trabas del pensamiento, también es posible incorporar contenidos doctrinales al plantear un problema y, al mismo tiempo, se pueden proponer o intentar proponer soluciones que el individuo que ha seguido con su pensamiento el discurrir de la discusión puede apropiarlas como suyas. ¿Y no es este el tipo de conocer que andamos buscando?.
*Artículo publicado en la revista HSEC
Excelente